Históricamente, la música ha servido como una fuente de resiliencia para personas privadas de libertad. Los africanos esclavizados en Estados Unidos cantaban, así como los prisioneros de los campos de concentración nazi. En Chile, durante la dictadura cívico-militar los prisioneros cantaron y compusieron música en centros de detención y tortura, y en cárceles. Como ha documentado el archivo de memoria sonora Memoria Cautiva, para muchos prisioneros políticos la música sirvió de estrategia para distraerse y expresarse, y para mantener la dignidad y la esperanza.
El libro Lolita Lola nos presenta una colección de memorias de nueve mujeres ex presas políticas que durante los tres primeros años de la dictadura estuvieron privadas de libertad en la Cárcel El Buen Pastor, de Valparaíso. El libro, mediante entrevistas y textos escritos por las mismas mujeres, accede a sus experiencias a través de sus memorias sonoras: qué canciones escuchaban y en qué contexto; qué asociaciones tenían para ellas esas músicas y qué emociones les brindaban. Por ejemplo, una recuerda con cariño las que cantaba una compañera con su guitarra; otra, las cumbias que a todo volumen los domingos tocaban las presas comunes con las que compartían el espacio carcelario, y otra, la rumba española que una de ellas bailaba (de cuya letra surge el título del libro)
Pero el libro propone una definición de memoria sonora que va más allá de la música y las canciones. En línea con tendencias recientes en la antropología de la música, Lolita Lola entiende la experiencia aural como una en la que convive la música con un sinfín de ruidos y sonidos. «Voces, pasos y canciones, entre otros sonidos, nos invitan a un recorrido por el antes, durante y después de los hechos, como una mirada multi temporal a este oscuro período de nuestra historia», presenta el texto de su contraportada. Una mujer narra con emoción el sonido del teléfono de la cárcel y como este venía seguido del sonido de los pasos acelerados de una compañera deseosa de comunicarse con el exterior. En varias narraciones lo musical es inseparable del ruido, como cuando una de ellas rememora los gritos de compañeros siendo torturados y, de fondo, las baladas de Camilo Sesto, intentando de manera fallida ocultar el horror. En todos estos casos, las memorias sonoras resultan indelebles. Medio siglo después, para estas nueve mujeres estas canciones, voces y ruidos no han perdido su poder evocativo.
La experiencia musical tiene siempre un potencial para ser compartida. Escuchar juntos una canción una y otra vez, y más aún cantar juntos, son experiencias comunitarias que generan cohesión social y bienestar emocional. Muchas de las memorias que aparecen en el libro son de lo que hoy llamamos música comunitaria y su aporte al bienestar y la resiliencia de estas mujeres es indudable. Como dice Gioconda Aguilera, una de las ex presas: «La música y el canto acarician el alma y unen como una oración».
Consistente con esta aproximación comunitaria, el libro apuesta por borrar individualidades. No hay capítulos separados para las experiencias de cada una, sino un devenir de memorias que, al no identificar quien habla, relevan una experiencia colectiva. Otro aspecto fascinante de la memoria sonora es que esta no es posible de ser delimitada por nuestra ideología ni posición política. Ciertamente, hay canciones que nos marcan pues representan nuestros ideales. Para estas mujeres, ése es el rol que cumplieron las canciones de Víctor Jara y de Quilapayún. Pero hay canciones que nos emocionan a pesar de no coincidir con nuestra ideología, canciones que incluso pueden sentirse como placeres culpables. Así, en estas memorias sonoras también hay espacio para canciones de Sandro y Nicola di Bari.
Con demasiada frecuencia, cuando se estudia la violencia política las vidas de las víctimas de la represión dictatorial aparecen limitadas solo al momento de la violencia. Sus vidas, complejas y diversas, quedan reducidas a la experiencia de la represión. Este libro intenta contrarrestar esta tendencia. La mayoría de los recuerdos refieren al periodo en que estuvieron presas en Valparaíso. Pero también hay memorias de infancia y de adolescencia antes del Golpe de Estado, y también de exilio y de retorno. Estas nos demuestran que estas mujeres son mucho más que solo ex presas políticas. No queda más que agradecer la voluntad y fortaleza de Gioconda, María Cristina, Sylvia, Alicia, Leslie, Patricia, Elisa, Alicia y Rosa de compartir sus memorias y de Francisca por la idea y el trabajo de edición que hizo posible este libro.